miércoles, 22 de febrero de 2012

El precio de la banana
Pido perdón por anticipado por el uso de la primera persona pero tengo la impresión que si el kirchnerismo hubiera estado al frente de la Revolución Cubana, en vez de nacionalizar la United Fruit la hubiera subsidiado. Pocos símbolos pueden ser más poderosos que el nombre de aquella empresa en cuanto a evocar la dominación económica y política de las repúblicas caribeñas al punto de definir una tipología, “república bananera”, que incluso ha trascendido a la región de la que surgiera. Nadie puede dudar que un lugar similar han ocupado las privatizaciones de empresas públicas durante la década del noventa y su efecto concreto, el surgimiento de “las privatizadas”. Ergo, si un Gobierno decidiera romper con la década neo liberal debería nacionalizar aquellas empresas nuevamente. En realidad, la palabra es “estatizar”: colocarlas en el patrimonio y bajo el control del Estado Nacional. Sólo así uno puede garantizar que ese capital estará al servicio de los objetivos del gobierno popular (o, simplemente, del Estado) y no ser  un engranaje más  de la globalización, el capital financiero internacional, el imperialismo, etc. Pero el kirchnerismo es original y en vez de arrebatarle las empresas a los usurpadores y recuperarlas para el patrimonio público, ha subsidiado crecientemente al operador privado sin siquiera hacer una auditoría de lo actuado ni poner pautas a futuro. La banana es para los países caribeños un producto de exportación. Si aumenta, lo pagan otros. La banana que supimos conseguir nosotros es de consumo interno y el precio lo pagaremos nosotros. Viveza criolla, modelo K.
¿Se apagará Valderrama ahora que no hay subsidio?
El kirchnersimo es una mezcla altamente inestable y volátil potencialmente explosiva. A partir de aquí, las tendencias centralizadoras se acentuarán debido a la necesidad de contar con un núcleo propio frente a la crisis estructural. El carácter estructural de la crisis viene dado no por una contingencia económica, como podría ser un “sinceramiento del modelo”, sino fundamentalmente por el límite constitucional a la reelección unido al estilo de liderazgo extremadamente centralizado del elenco gobernante. Si el primer elemento le pone fecha de vencimiento a su condición de distribuidor de poder, el segundo inhibe la delegación o institucionalización. Por lo tanto, no es de extrañar que se esté hablando de reforma constitucional a brevísimo plazo. El problema es si la lealtad, valor supremo en el peronismo, será lo suficientemente fuerte como para llegar a tal objetivo. La lealtad es función directa de la posibilidad de obtener recursos (políticos, aunque tengan prestación económica como un subsidio o una partida presupuestaria ya que se asignan y se emplean con ese criterio). Pero el kirchnerismo fue muy poco generoso a la hora del armado de listas y tendió  a reforzar cada vez más su núcleo duro: “La Cámpora”, en detrimento de las estructuras sindicales y territoriales del peronismo. Como en todo su recorrido histórico, no confía más que en sí mismo. Ahora, puede recibir un pago igualmente flaco. Porque este cruce de caminos entre restricciones constitucionales y ajuste económico no es el lugar indicado para operar  un disciplinamiento en una formación tan heterogénea como ligada por el lábil vínculo del cálculo político. Cierto es que el oficialismo cuenta con el respaldo electoral de octubre y la carencia de fuerzas organizadas de importancia que lo enfrenten en el terreno estrictamente político. Lo dijimos antes, el kirchnerismo es prácticamente coextensivo del sistema político nacional. ¿Dónde irá a parar la bronca? A la fecha no hay polo alternativo al oficialismo pero hay juego de alfiles: Moyano y Micheli (ATE - CTA) ya  repasan las diagonales que, tácticamente,  los unen. Pero es difícil que desde dentro de la élite política surja un polo alternativo capaz de reconstruir la legitimidad del sistema. Maquiavelo sostenía que la política consiste en hacer creer al otro. El déficit de la élite es, precisamente, de credibilidad. Hace falta un nuevo programa que reemplace al “relato” que opera desde 1983 y sólo puede ser aportado desde actores que hoy carecen de peso en la toma de decisiones. La coyuntura económica no hará más que exponer las miserias de una élite cuya incapacidad es percibida por el ciudadano desde hace mucho. Es el fin de una era.
Por eso, nos devoran los de ajuera
Las palabras del Primer Ministro británico, David Cameron, son llamativamente desviadas de la verdad histórica universalmente reconocida como para ser tomadas en el contexto de ese relato compartido por la abrumadora mayoría de la Humanidad. La condición de potencia colonial de Gran Bretaña ha sido puesta de relieve por la Asamblea de Naciones Unidas varias veces y en el caso de Malvinas, desde 1965 lo ha considerado así. Por lo tanto, uno debe pensar en que se trata de la preparación de una futura maniobra. Las Malvinas ya tienen una bandera propia  y no es un secreto que desde la propia Gran Bretaña se intenta “independizar” a la colonia. Si Malvinas fuera un Estado independiente, aun dentro de la Commonwealth, la comunidad británica de naciones, tendría sentido el extraño discurso de Cameron pues Argentina estaría intentando destruir la independencia de un pequeño Estado (por ahora) insular.
Igualmente llamativa es la posición del Gobierno Argentino: no hay ninguna novedad en cuanto a la “militarización”. Desde luego, en treinta años las unidades aéreas y navales o el equipo de las terrestres ha mejorado y crecido en capacidad por el sólo hecho de ser unidades más modernas. No ha ocurrido lo mismo del lado argentino: ambos nos mantenemos en los términos de los acuerdos de Madrid de 1990. Tanto de los públicos, tendientes a evitar incidentes a través del aviso de los movimientos de unidades militares hacia lo que fuera el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur durante la Guerra – reconociendo a Gran Bretaña como estado ribereño del Atlántico Sur – como los secretos que imponían al país el desarme actual.  El Gobierno Nacional ha decidido no denunciar ese acuerdo ilegal e inconstitucional de la diplomacia secreta sino aumentar el abismo entre civiles y militares anunciando la desclasificación del Informe Rattenbach con la clara intención de desprestigiar al sector castrense frente a la sociedad.  Resulta raro, entonces, que el Ministro Puricelli advierta a los británicos con el uso de la fuerza si se proyectaren al Continente. Resta saber qué medios fundamentan la advertencia del Ministro cuando los Mirage – de 50 años de antigüedad – no pueden despegar dado que por su vetustez no se consiguen repuestos…  y este no es más que un ejemplo. Si el kirchnerismo se encuentra en una etapa terminal, no deja de ser notable que utilice el mismo tema que el Proceso cuando se encontró en igual situación para buscar un renacimiento.
El caso vuelve a mostrar la unidad decadente de la élite: frente a la actitud del Gobierno recién descripta la oposición (social, ya que la otra no existe) se solidariza con los kelpers y prácticamente repudia la “dureza” de la postura argentina. Lamentable… Sea por uno u otro lado, Argentina sufre las consecuencias de una élite patética. Una demostración palmaria de la necesidad de un recambio que no puede postergarse.
Fin de cuentas
Todo parece mostrar, patetismo mediante, el fin de una época. El grupo oficialista tratará de retrasar los tiempos lo más posible mientras que la oposición hará cálculos como los que unieron a Alfonsín con De Narváez: olvidan que en política como en hematología los glóbulos que se suman deben ser compatibles con la sangre del anémico que se transfunde. De lo contrario, se infecta la sangre. El proceso político argentino necesita contenidos nuevos, un nuevo programa sustantivo y nuevos actores que los sustenten. Una nueva élite que problematice la realidad y busque soluciones nuevas a problemas que por más viejos que sean, no se han planteado más que con la perversidad de no pretender resolverlos. Sólo así el proceso político saldrá de la lucha facciosa, de las muertes evitables de pibes utilizados como carne de cañón por la izquierda radicalizada o de usuarios de servicios públicos víctimas del lado oscuro del “relato”, el lado silenciado por los ocupantes del poder político (oficialismo y oposición parlamentaria), el empresariado, los intelectuales, los comunicadores... Por una élite que adoptó el lema de un lugar para cada cosa (izquierda, derecha, oficialismo, oposición) y cada cosa en su (facciosamente inocuo) lugar. Una élite que en treinta años de democracia no recuperó para el pueblo argentino el manejo del Estado, hecho comprobable en que las bayonetas todavía apuntan hacia adentro para garantizar el despojo – sea de recursos naturales o del producto del trabajo nacional; en la falta de un proyecto de desarrollo que aproveche la dotación de recursos humanos, naturales y de capital de la argentina. Es una élite que no puede poner de pie a la Nación porque no la representa. Representa el vaciamiento económico de Martínez de Hoz y la derrota de Malvinas ante los mandantes del Viejo Joe. Mejor que invocar el Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno es tomarlo en serio. Como al informe Rattenbach. Mejor que decir, es hacer. Mientras, seguiremos pagando el precio de la banana para consumo interno.

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