miércoles, 14 de diciembre de 2011

 Supernova Cristina
Llega un momento en la vida de ciertas estrellas  en que absorben todo el sistema planetario y su brillo aumenta en intensidad descomunalmente. Para el observador superficial, este puede parecer un momento de grandeza y magnificencia. Pero sucede que la estrella está reventando. El avasallador triunfo de octubre de la fórmula oficial dejó a sus más cercanos competidores a más de treinta y cinco puntos de diferencia. El Frente Para la Victoria es, para decirlo con Laclau, una totalidad incompleta. Pero, como hemos dicho antes, la hegemonía puede ser el preludio del abismo.
Si bien es llamativo el poder electoral del oficialismo luego de ocho años de gestión, no menos llamativo es el comportamiento de los opositores. Francisco de Narváez demostró que no es peronista cambiando de caballo en el medio del río: en plena campaña decidió apoyar a Rodríguez Sáa y abandonar el esfuerzo electoral del radicalismo. Este rasgo de cinismo político tan explícito es difícil de parangonar. No es una “Borocoteada”: es mucho más porque en plena campaña alguien decide, con total desprecio de sus compañeros de ruta y de los electores a los que hasta hacía poco llamaba a votar por la alianza que integraba, que no le aporta ir en la misma lista y cambia de simpatías en el mes anterior al comicio. Una cosa increíble… hace unos años. Hoy los partidos no existen y el sistema político lo sufre. Desde 1983 a la fecha, el sistema bipartidista que encuadraba a más del ochenta por ciento de los votantes en partidos debidamente estructurados que respondían a culturas políticas diferentes, ha ido dejando lugar a  otra estructura mucho más atomizada y laxa donde el dirigente es la unidad de referencia más importante. Hoy las alianzas ad – hoc son el reflejo de la disolución de los contenidos de aquella/s cultura/s política/s y de la fisonomía que le daban al sistema. La preeminencia del dirigente sobre el partido primero y del oportunismo marketinero sobre cualquier compromiso programático o tradición política no muestra más que la falta de representatividad de la élite política. Para decirlo en términos de Marx (de Groucho Marx): “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Una paradoja puede representarla Felipe Solá. Quizás la baja más resonante, después del Vicepresidente de la República, del equipo kirchnerista durante el “Conflicto del Campo” de 2008, hoy ha vuelto al (último) puerto de salida. El acercamiento entre el sector agropecuario y el Gobierno Nacional seguramente no es ajeno a este nuevo bandazo del ex – Gobernador de Buenos Aires. La paradoja está dada, como se ve, en que a pesar de las apariencias existe una muy probable coherencia. Que, por razones políticas y aun doctrinarias, no puede hacerse pública ya que desde el Abate Sieyes, la representación política de cada legislador tiene como fundamento al conjunto y no a intereses corporativos, sectoriales o particulares. Lo mismo advertía Burke a los electores de Bristol en su famoso discurso en cuanto a su independencia de criterio con respecto a su base electoral. Solá muestra lo que vale para él la representación que invoca como fuente de legitimidad: nada.  Él no está allí como representante “del pueblo”  o de los Estados Provinciales como unidades preexistentes a la República Federal sino como vocero y operador de determinados intereses sectoriales aunque invoca la representatividad de “la Nación” como diputado o de la Provincia Buenos Aires en el Senado. El desprecio por el electorado –al que intenta manipular en su provecho- y por la función constitucional que cumple en beneficio de una eventual ventaja posicional son los rasgos que lo igualan a sus colegas.


La Isla Bonita
Dentro de ese panorama el conglomerado K aparece como una forma organizada, esto es: que responde a un mando unificado que le da sentido. La capacidad de asir las riendas por parte de la Presidenta es su mejor carta de presentación. El kirchnerismo no sintetiza pero sí logra reunir una cantidad de actores e intereses que, según los manuales de ciencia política, no aguantarían mucho tiempo juntos: desde el empresariado más concentrado (como las empresas privatizadas) hasta los organismos de derechos humanos; líderes territoriales y sindicales junto a intelectuales de izquierda y artistas de distintos campos. El kirchnerismo es capaz de pararse al lado de Chávez o de Evo Morales que han hecho de la nacionalización del petróleo su bandera y no tener una empresa estatal que efectivamente se dedique a, siquiera, regir el mercado nacional del sector. En lugar, existe un sello que funciona como una oficina de concesiones. No contento con ello, acaba de reconocer al CNT de Libia como el Gobierno legítimo de aquél país en concordancia con los intereses petroleros de la OTAN. Es capaz de hablar de Derechos Humanos y no hablar de Julio López o Luciano Arruga, desaparecidos en democracia. Y lograr que la mayoría de los organismos de DD.HH. tampoco digan nada. Nada que disguste al Gobierno Nacional. Más bien, todo lo contrario.  Es capaz de pedir “renuncia” a los subsidios a las privatizadas “en favor de los que más lo necesitan” y nuevamente encolumnar a la izquierda intelectual sin que nadie se pregunte por los costos de la estructura fragmentada del sistema energético o si una YPF pensada de manera similar a su homóloga Petrobrás  (¡que fuera pensada  a partir del modelo de YPF, como todas las petroleras estatales del mundo!) podría mejorar los costos, dar beneficios y ser una palanca de radicación de inversiones industriales. El kirchnerismo es la única fuerza política organizada de la Argentina. No hay otra. Es una isla de orden en un caos. Hace converger las expectativas de los compradores de humo de toda la vida y de los pícaros y rufianes de distinto origen. Es la totalidad de la que habla Laclau en cuanto al relato democrático de 1983. En él convergen todos los ideales virtuosos (retórica) y las prácticas viciosas. Por eso puede juntar lo imposible. Es la única referencia. Pero también es un punto máximo de concentración.
Kapow!
Imaginemos una formación ferroviaria chocando contra una pared de concreto. No lo pensemos tal como sucede realmente sino como sucedería en un dibujo animado: luego de golpear la máquina, todos los vagones convergen en el mismo punto. Uno tras otro, con todo su contenido, terminan en un pequeño círculo donde encontraremos a pasajeros, carga y estructura. Eso es lo que sucedió en 2001. En aquél entonces, la máquina chocó contra el concreto y mostró las limitaciones del sistema, su incapacidad para cambiar el rumbo. Una incapacidad buscada y como ejemplo de ello no hay más que pensar en el Régimen de Convertibilidad. El kirchnerismo logró que todo el tren converja en un punto, según el modelo de los dibujitos animados, evitando el desmadre y la dispersión propias del modelo real. En tanto que el centro del sistema sea lo suficientemente fuerte y pueda atraer al conjunto de los elementos, el sistema permanecerá estable. Pero irá acumulando presión procedente del conjunto que continua chocando contra la pared. Vamos a fundamentar esto. El régimen constitucional surgido en 1983 tiene dos bases históricas: una económica y otra política. La económica está ligada al fin de una etapa en la destrucción de la economía argentina caracterizada por el endeudamiento fraudulento y la desindustrialización. Para 1981, ese proceso estaba concluido. El aspecto político está relacionado con la derrota militar en Malvinas que determinó el  descrédito final de los uniformados. Contrariamente a lo que sostiene el discurso democrático, el régimen en cuestión surge de la derrota popular. Luego del fracaso de la solución de compromiso del alfonsinismo, el período siguiente vio, bajo el auspicio del Consenso de Washington, el avance de la economía sobre la política. Se perdió de vista la función legitimadora de la política y las élites políticas se confundieron con las económicas en negocios e intereses. El resultado fue Diciembre de 2001, el choque contra el muro de concreto. En cierta forma, la economía se terminó comiendo a sí misma por la cola. Desde entonces, es la política la pata preeminente y el discurso reivindicativo, propio del populismo, dominó y domina francamente la escena. Tanto como el recetario liberal de la economía lo hizo en su época de gloria.  Cierto es que “la política” pudo hacer esto porque logró mejorar la situación económica merced a la devaluación, el dafault y fundamentalmente la mejora de los términos de intercambio para los productos que exporta el país, cuyas retenciones permitieron mejorar las destruidas arcas públicas. La prognosis es la misma que para el economicismo: del mismo modo que resultó insostenible que un peso fuera equivalente a un dólar, pensar que un 54.11% del padrón efectivamente votante es “militante” y sintoniza 6-7-8, es un delirio. El problema con este delirio es que la coalición política que lo sostiene es casi coextensiva del sistema político y su piedra de toque. Ahora es la política la que terminará con el rabo entre los dientes.  Lo que está por venir, entonces, es la vuelta desde el modelo de dibujitos al modelo más cercano a la física realmente existente. El núcleo será incapaz de comprometer en el mantenimiento del statu quo al conjunto de fuerzas que convergen sobre él y colapsará de la misma forma que colapsó la economía en 2001: por rigidez inducida. La rigidez no es un síntoma de fortaleza sino de debilidad pues impide el cambio adaptativo.  En 2001 los especuladores –los mismos que hubieron contribuido en su momento a su entronización-  veían las debilidades del peso y apostaban en su contra. En clave política, cualquier diario de hoy muestra el comienzo de un proceso similar, agravado por la estructura “movimentista” del sustento socio – político del kirchnerismo. Este tipo de estructura puede ser muy útil para momentos de crisis ya que puede encuadrar, como lo hizo, actores con orígenes diversos. Como nos dice Laclau, esa diversidad converge en un liderazgo fuerte.  Pero si comienza una dispersión que le reste progresivamente su fuerza tal lider, como un superhéroe de historieta que pierde  los poderes que lo caracterizan, se transforma en un mortal más.
De hoy en adelante
El colapso sucesivo de ambas patas sobre las que se apoyaba una estructura perversa que, pregonando libertad y bienestar popular, generó pérdida de autonomía y degradación nacional, abrirá la discusión sobre actores y programas con realismo y sin las ataduras que implicaba el encuadre anterior.  Esta “deconstrucción” será la base de una nueva era en la Historia Nacional. Perderemos la linealidad del discurso, la que nos marcaban los rieles de acero y nos encontraremos con actores y contenidos cruzándose por el debate político. Sobre el actor principal de esta nueva etapa, su ideología y organización agregaré a lo expuesto en otras entradas que deberá cuestionar las bases económicas y políticas sobre las que se basó el régimen  hoy en vigencia: la destrucción económica y el sometimiento al llamado “Mundo Marítimo” representado por la derrota de Malvinas, trascendiendo los tradicionales "combos" cerrados que ofrecene la izquierda y la derecha. Aquél Mundo Marítimo sólo nos puede ofrecer la condición de periferia de tercer o cuarto orden luego de los Estados Unidos, Europa y, en el nivel regional, Brasil y Chile. Argentina está en condiciones y necesidad de replantear esta “inserción” en el Mundo del Siglo XXI a partir de una alianza según el eje Andino – Patagónico, haciendo uso de sus riquezas naturales, su cultura y una coyuntura internacional favorable: la crisis terminal del Centro, de Europa y los Estados Unidos. Esta es la verdadera alternativa sudamericana y no la de ser periferia de un Estado auto – integrado como el Brasil que nada necesita de sus vecinos salvo el papel de corifeos tanto en el campo político como en el  económico. Por lo demás, Brasil, con la mitad de la población sudamericana, sigue siendo mucho más desigual que la Argentina. Este carácter auto – integrado y masivo de Brasil pone un techo, no un piso, a las expectativas de progreso delos pueblos sudamericanos que nos incluye, como es lógico.
La puesta en marcha de un nuevo Proyecto Nacional es la hipótesis optimista. La pesimista, se queda en la mera destrucción. Ambas son posibles. La diferencia estará en la capacidad de ver o no el destino común como tal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario