viernes, 18 de mayo de 2012

Malvinas un consejo del Pentágono

Malvinas: un consejo del Pentágono
En febrero del año pasado, el entonces secretario de defensa de los Estados Unidos, Robert Gates, dio una última conferencia ante los alumnos de la academia de West Point. Concretamente, dijo que cualquier sucesor suyo que aconsejare al Presidente de su país una guerra terrestre en Asia, Medio Oriente o África debería hacerse ver de la cabeza. Lo dijo así: In my opinion, any future defense secretary who advises the president to again send a big American land army into Asia or into the Middle East or Africa should have his head examined”. Esta idea tiene dos fuentes: por una parte, la doctrina del Command of the Commons que muestra a Estados Unidos como dominante de los “espacios comunes” que comunican las distintas regiones de la Tierra – como el aire, el mar, el espacio ultraterrestre y el radioeléctrico. En esos espacios es donde Estados Unidos saca ventaja de su tecnología y puede causar daño a sus adversarios casi sin posibilidad de respuesta por parte de éstos. Pero en cuanto se involucra en una lucha callejera o selvática, cara a cara, aquél enemigo antes impotente tendrá la posibilidad de devolver golpes que, más allá del impacto militar, políticamente podrían ser desastrosos. El ejemplo más famoso es el que dio origen a la película La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down), basada en un hecho real ocurrido en Somalia durante la intervención “humanitaria” de los Estados Unidos que, ya que estaban, decidieron dar un golpe a los señores de la guerra rebeldes capturando a dos de sus jefes  y sufrieron un primer derribo de un helicóptero a lo que siguió otro y una refriega entre los Rangers y Delta Force por un lado y guerrilleros por el otro con el saldo de  varios soldados norteamericanos muertos. Todo esto, ante las cámaras de la CNN. El resultado: un fracaso político y retirada del país.  Pero si bien este es el  antecedente doctrinario de las palabras del Secretario Gates, las mismas estaban pensadas con los teatros actuales de operaciones de los Estados Unidos, como Irak o Afganistán pero fundamentalmente la posibilidad de intervenir en la denominada “Primavera Árabe”. como referencia.  Un despliegue de fuerzas terrestres durante un tiempo prolongado es desgastante desde el punto de vista económico y es insostenible también desde el punto de vista político: más de diez años de guerra en Afganistán y otros tantos en Irak, no han logrado una victoria definitiva que permita el regreso a casa de los soldados y sí ha traído a muchos de ellos sin vida o seriamente lesionados con discapacidades de por vida. En el aspecto material deben contarse los centenares de miles de millones de dólares que se han volcado a estos escenarios para un resultado incierto y probablemente decepcionante. La logística que se necesita para operar a gran escala al otro lado del mundo durante un tiempo prolongado está fuera del alcance de la potencia más poderosa de la Historia.
Cuando nosotros nos proponemos recuperar nuestras Islas Malvinas, Sandwich y Orcadas del Sur debemos tener estas consideraciones en mente. ¿Qué estrategia nos puede sugerir este reconocimiento de primera mano del Secretario de Defensa de los Estados Unidos?



Un conflicto sin hipótesis y sin estrategia pero con mucha retórica
Desde que la consulta popular sobre el laudo papal referido al conflicto por el Canal de Beagle y las islas adyacentes que Argentina mantenía con Chile cerró dicho conflicto una muletilla se escucha en todas las declaraciones de políticos y periodistas, oficialistas y opositores: “la Argentina no tiene hipótesis de conflicto”. Es curioso que a la vez tengamos un reclamo territorial, similar al que nos enfrentaba a Chile, dirigido a otro Estado vecino que siendo el más poderoso raramente es considerado como tal: el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, nuestro vecino de facto. Tanto más raro cuanto que para la época en que comenzó a difundirse esta frase todavía manteníamos un estado de guerra de hecho que luego requirió firmar un Cese de Hostilidades. Últimamente hemos tenido diversos choques diplomáticos e incluso el Gobierno Nacional tomó represalias contra empresas que contrataran con quienes exploraban la plataforma submarina entorno de las islas en busca de hidrocarburos. Lo que en realidad ocurre, es que una serie de identidades surgen en la mente de la opinión pública cuando se habla de “hipótesis de conflicto”: es el equivalente a guerra, a gobierno militar, a “los chicos de la guerra”, a trauma socio – histórico. Un conflicto también implica armas y las armas se equiparan a militarismo, autoritarismo, muerte, etc. Nadie quiere hacer surgir esta catarata de imágenes en el electorado y la opinión pública por miedo al rechazo que generaría.
Tampoco hay una continuidad estratégica. Desde el final de la guerra, Argentina formó parte del Grupo de los 77 (los Países no Alineados), buscó tecnología misilística (Cóndor II) y envió ositos de peluche a los habitantes de las islas para mostrar amistad. También firmó una serie de acuerdos (Acuerdos de Madrid) que permitieron la reanudación de las relaciones bilaterales y la participación de los británicos en las privatizaciones de la década del ´90. Desde 1982 Argentina ha recibido apoyo de distintos foros internacionales, incluyendo la Asamblea General de la ONU pero no ha avanzado ni medio centímetro en la obtención de lo que se supone es su objetivo.
Recientemente ha comenzado una campaña de hostigamiento verbal contra el Gobierno británico destinada, se afirma, a sentarlo a una mesa de negociaciones para hablar sobre la soberanía de las Islas. Las diatribas contra el colonialismo, la reivindicación de la identidad latinoamericana, la “emboscada” de la Embajadora Argentina ante el Reino Unido al canciller de ese país e incluso la denuncia de militarización ante la ONU como punto culminante de esta ofensiva forman parte de esa ofensiva. Pero la ONU difícilmente incluya en su agenda de seguridad el tratamiento del tema por la misma razón que los británicos no se sentarán a negociar: no hay ningún peligro de cambio del statu quo. La ONU tiene su agenda de seguridad ya suficientemente cargada con temas como Irán, Siria, Terrorismo, Narcotráfico, para no hablar de Cambio Climático, Contaminación Ambiental y otras amenazas a la seguridad que no provienen de Estados ni de grupos armados sino de la degradación del ecosistema. Donde no pasará nada, no dedicará grandes esfuerzos. Para el Gobierno británico, la situación es similar con el condimento favorable de que puede victimizar a los habitantes de las islas “acosados” por Argentina y su “colonialismo”. ¿Por qué cambiar? Mantener las islas bajo su control no demanda mayor esfuerzo y puede generar negocios importantes como el de hidrocarburos en la plataforma submarina. La colonia es rentable y su defensa barata.
Subir el costo y bajar el beneficio de la ocupación
Lo primero que debemos hacer es reconocer que existe un conflicto, un enfrentamiento de voluntades a propósito de un mismo objeto de interés. Este conflicto se da entre dos Estados: Argentina y Reino Unido. No hay otros actores. Los tres mil habitantes de las islas califican más como habitantes de un enclave colonial que como “naturales” del lugar. Su idioma, su raza, su ascendiente familiar, sus tradiciones, su arquitectura, etc. Por donde se los mire, son británicos. A miles de kilómetros de caso pero británicos. No hay naciones de 3000 habitantes.
Pero el paso más difícil es reconocer que, como Estado, Argentina tiene derecho a proveer a su defensa nacional. Esto es lo que prevé la Constitución Nacional. Es difícil porque implica vencer nuestro trauma socio – histórico, el mismo con el que nació el régimen constitucional. Este trauma se potencia con el hecho de que el Reino Unido sea una gran potencia: Argentina no debería enfrentar al tándem Reino Unido – OTAN nuevamente como en 1982 pues se producirá el mismo resultado: el enemigo es invencible.
Las palabras del ex Secretario de Defensa de los Estados Unidos abren una puerta que permite cuestionar seriamente esta superioridad inherente a la condición de gran potencia del adversario asumida por nuestra Nación. Actualmente, la guarnición británica implica apenas cuatro aviones (los muy modernos Typhoon II) apoyados por un avión tanque, una unidad naval de superficie y unos dos mil soldados. Ese destacamento de fuerzas implica un desembolso de unos U$S 600 millones de dólares anuales. El mayor costo es el de atravesar el planeta de norte a sur para abastecer a la pequeña y lejana fuerza. Ahora bien: ¿Qué pasaría si Argentina volviera a tener una Fuerza Aérea y cierta cantidad de unidades submarinas incluyendo alguna de propulsión nuclear? Lo primero que ocurriría es que los británicos tendrían que dotar a su guarnición de más medios: mínimamente un escuadrón completo de cazas (doce aviones) otro tanquero, uno o más aviones de alerta temprana (AWACS) de los cuales uno debería estar permanentemente en el aire, más unidades de superficie (para buscar y no perder nunca a los submarinos argentinos en 3.000.000 de km2 de Mar Argentino), distribuir sus tropas terrestres y ampliar su número (para evitar los efectos de un ataque exitoso contra una concentración muy elevada)… un gasto mucho más grande. Los aviones, los barcos, los transportes que llevan la logística desde el norte hacia el sur; repuestos para las máquinas, alimento para sus tripulantes, más combustibles para calentarlos a ellos y al personal de mantenimiento y un largo etcétera son el equivalente del despliegue terrestre del que hablaba Gates. Lo segundo que ocurriría es que los inversores se percatarían de que esa es una zona en disputa y que sus inversiones estarían en riesgo. Quien quiera invertir deberá saber que debe tener en cuenta a Argentina y si esa presencia se institucionaliza, mejor. Ninguna institucionalización es más poderosa que el reconocimiento de soberanía. Estos dos elementos, el incremento de gastos y la poca probabilidad de tener un buen negocio entre manos nos acerca al escenario que Gates quería evitar para su país: una larga guerra de descaste al otro lado del mundo para el ocupante sin perspectiva de resolución. La situación se complica todavía más para los británicos cuanto que siempre siguen a los Estados Unidos en su despliegue alrededor del mundo. Sumarles uno más, uno del que deben cuidar solos, no hace más que someterlos al viejo problema de la manta corta en un momento en que su presupuesto no parece pasar por su momento de mayor holgura. Por su parte, la flota británica tampoco parece capacitada para la operación. según sus propios miembros, como el ex comandante de la fragata Ardent hundida en 1982, quien dijo que la flota hoy no podría llevar a cabo las operaciones de treinta años atrás. Recordemos que hoy no disponen de aviación embarcada aparte de helicópteros en su único porta – aeronaves (el Illustrious, similar al Invincible) y que la eventual destrucción de los aeropuertos de Mount Pleasant y Puerto Argentino haría imposible el refuerzo de la guarnición, la defensa aérea de las islas e incluso su abastecimiento. Los medios para llevar a cabo tal destrucción están al alcance de quien quiera adquirirlos en el mercado mundial a costos accesibles para nuestro país y se promocionan en todas las ferias aeronáuticas del mundo. Pero, a la vez, debe descartarse cualquier posibilidad de guerra: un choque decisivo es todo lo contrario de lo que buscaría Argentina. Lo que nos interesa es marcar presencia de manera de evitar el unilateralismo de disponer impunemente de los recursos naturales y aumentar el costo de la ocupación de manera que su prolongación sea una carga crecientemente pesada.
Más allá de las palabras
Para poder progresar en el reclamo sobre nuestras islas del Atlántico Sur primero debemos reconocer el conflicto correspondiente. El reconocimiento de la existencia de un conflicto con Gran Bretaña implica adoptar una estrategia en la que todos los factores de poder de la Nación deben ser considerados. La consideración del factor militar no implica tomar la opción guerra como principal sino la de coacción: imponer al adversario costos por su acción. Ese costo, realmente pesado para las finanzas británicas en el contexto de su despliegue militar mundial, debería conducirlos a la mesa de negociaciones. El límite natural al factor militar sería la guerra, que nunca debe ocurrir. Será el elemento político el más importante: siempre debe quedar claro que la paz es de conveniencia mutua lo que implica buscar la convergencia con la mayor cantidad de actores de manera de aislar al Gobierno de Londres quitándole la iniciativa e inhibiendo la posibilidad de escalar. La retórica inflamada sin ningún respaldo de capacidades es una mera manifestación de impotencia cuando no de hipocresía.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El precio de la banana
Pido perdón por anticipado por el uso de la primera persona pero tengo la impresión que si el kirchnerismo hubiera estado al frente de la Revolución Cubana, en vez de nacionalizar la United Fruit la hubiera subsidiado. Pocos símbolos pueden ser más poderosos que el nombre de aquella empresa en cuanto a evocar la dominación económica y política de las repúblicas caribeñas al punto de definir una tipología, “república bananera”, que incluso ha trascendido a la región de la que surgiera. Nadie puede dudar que un lugar similar han ocupado las privatizaciones de empresas públicas durante la década del noventa y su efecto concreto, el surgimiento de “las privatizadas”. Ergo, si un Gobierno decidiera romper con la década neo liberal debería nacionalizar aquellas empresas nuevamente. En realidad, la palabra es “estatizar”: colocarlas en el patrimonio y bajo el control del Estado Nacional. Sólo así uno puede garantizar que ese capital estará al servicio de los objetivos del gobierno popular (o, simplemente, del Estado) y no ser  un engranaje más  de la globalización, el capital financiero internacional, el imperialismo, etc. Pero el kirchnerismo es original y en vez de arrebatarle las empresas a los usurpadores y recuperarlas para el patrimonio público, ha subsidiado crecientemente al operador privado sin siquiera hacer una auditoría de lo actuado ni poner pautas a futuro. La banana es para los países caribeños un producto de exportación. Si aumenta, lo pagan otros. La banana que supimos conseguir nosotros es de consumo interno y el precio lo pagaremos nosotros. Viveza criolla, modelo K.
¿Se apagará Valderrama ahora que no hay subsidio?
El kirchnersimo es una mezcla altamente inestable y volátil potencialmente explosiva. A partir de aquí, las tendencias centralizadoras se acentuarán debido a la necesidad de contar con un núcleo propio frente a la crisis estructural. El carácter estructural de la crisis viene dado no por una contingencia económica, como podría ser un “sinceramiento del modelo”, sino fundamentalmente por el límite constitucional a la reelección unido al estilo de liderazgo extremadamente centralizado del elenco gobernante. Si el primer elemento le pone fecha de vencimiento a su condición de distribuidor de poder, el segundo inhibe la delegación o institucionalización. Por lo tanto, no es de extrañar que se esté hablando de reforma constitucional a brevísimo plazo. El problema es si la lealtad, valor supremo en el peronismo, será lo suficientemente fuerte como para llegar a tal objetivo. La lealtad es función directa de la posibilidad de obtener recursos (políticos, aunque tengan prestación económica como un subsidio o una partida presupuestaria ya que se asignan y se emplean con ese criterio). Pero el kirchnerismo fue muy poco generoso a la hora del armado de listas y tendió  a reforzar cada vez más su núcleo duro: “La Cámpora”, en detrimento de las estructuras sindicales y territoriales del peronismo. Como en todo su recorrido histórico, no confía más que en sí mismo. Ahora, puede recibir un pago igualmente flaco. Porque este cruce de caminos entre restricciones constitucionales y ajuste económico no es el lugar indicado para operar  un disciplinamiento en una formación tan heterogénea como ligada por el lábil vínculo del cálculo político. Cierto es que el oficialismo cuenta con el respaldo electoral de octubre y la carencia de fuerzas organizadas de importancia que lo enfrenten en el terreno estrictamente político. Lo dijimos antes, el kirchnerismo es prácticamente coextensivo del sistema político nacional. ¿Dónde irá a parar la bronca? A la fecha no hay polo alternativo al oficialismo pero hay juego de alfiles: Moyano y Micheli (ATE - CTA) ya  repasan las diagonales que, tácticamente,  los unen. Pero es difícil que desde dentro de la élite política surja un polo alternativo capaz de reconstruir la legitimidad del sistema. Maquiavelo sostenía que la política consiste en hacer creer al otro. El déficit de la élite es, precisamente, de credibilidad. Hace falta un nuevo programa que reemplace al “relato” que opera desde 1983 y sólo puede ser aportado desde actores que hoy carecen de peso en la toma de decisiones. La coyuntura económica no hará más que exponer las miserias de una élite cuya incapacidad es percibida por el ciudadano desde hace mucho. Es el fin de una era.
Por eso, nos devoran los de ajuera
Las palabras del Primer Ministro británico, David Cameron, son llamativamente desviadas de la verdad histórica universalmente reconocida como para ser tomadas en el contexto de ese relato compartido por la abrumadora mayoría de la Humanidad. La condición de potencia colonial de Gran Bretaña ha sido puesta de relieve por la Asamblea de Naciones Unidas varias veces y en el caso de Malvinas, desde 1965 lo ha considerado así. Por lo tanto, uno debe pensar en que se trata de la preparación de una futura maniobra. Las Malvinas ya tienen una bandera propia  y no es un secreto que desde la propia Gran Bretaña se intenta “independizar” a la colonia. Si Malvinas fuera un Estado independiente, aun dentro de la Commonwealth, la comunidad británica de naciones, tendría sentido el extraño discurso de Cameron pues Argentina estaría intentando destruir la independencia de un pequeño Estado (por ahora) insular.
Igualmente llamativa es la posición del Gobierno Argentino: no hay ninguna novedad en cuanto a la “militarización”. Desde luego, en treinta años las unidades aéreas y navales o el equipo de las terrestres ha mejorado y crecido en capacidad por el sólo hecho de ser unidades más modernas. No ha ocurrido lo mismo del lado argentino: ambos nos mantenemos en los términos de los acuerdos de Madrid de 1990. Tanto de los públicos, tendientes a evitar incidentes a través del aviso de los movimientos de unidades militares hacia lo que fuera el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur durante la Guerra – reconociendo a Gran Bretaña como estado ribereño del Atlántico Sur – como los secretos que imponían al país el desarme actual.  El Gobierno Nacional ha decidido no denunciar ese acuerdo ilegal e inconstitucional de la diplomacia secreta sino aumentar el abismo entre civiles y militares anunciando la desclasificación del Informe Rattenbach con la clara intención de desprestigiar al sector castrense frente a la sociedad.  Resulta raro, entonces, que el Ministro Puricelli advierta a los británicos con el uso de la fuerza si se proyectaren al Continente. Resta saber qué medios fundamentan la advertencia del Ministro cuando los Mirage – de 50 años de antigüedad – no pueden despegar dado que por su vetustez no se consiguen repuestos…  y este no es más que un ejemplo. Si el kirchnerismo se encuentra en una etapa terminal, no deja de ser notable que utilice el mismo tema que el Proceso cuando se encontró en igual situación para buscar un renacimiento.
El caso vuelve a mostrar la unidad decadente de la élite: frente a la actitud del Gobierno recién descripta la oposición (social, ya que la otra no existe) se solidariza con los kelpers y prácticamente repudia la “dureza” de la postura argentina. Lamentable… Sea por uno u otro lado, Argentina sufre las consecuencias de una élite patética. Una demostración palmaria de la necesidad de un recambio que no puede postergarse.
Fin de cuentas
Todo parece mostrar, patetismo mediante, el fin de una época. El grupo oficialista tratará de retrasar los tiempos lo más posible mientras que la oposición hará cálculos como los que unieron a Alfonsín con De Narváez: olvidan que en política como en hematología los glóbulos que se suman deben ser compatibles con la sangre del anémico que se transfunde. De lo contrario, se infecta la sangre. El proceso político argentino necesita contenidos nuevos, un nuevo programa sustantivo y nuevos actores que los sustenten. Una nueva élite que problematice la realidad y busque soluciones nuevas a problemas que por más viejos que sean, no se han planteado más que con la perversidad de no pretender resolverlos. Sólo así el proceso político saldrá de la lucha facciosa, de las muertes evitables de pibes utilizados como carne de cañón por la izquierda radicalizada o de usuarios de servicios públicos víctimas del lado oscuro del “relato”, el lado silenciado por los ocupantes del poder político (oficialismo y oposición parlamentaria), el empresariado, los intelectuales, los comunicadores... Por una élite que adoptó el lema de un lugar para cada cosa (izquierda, derecha, oficialismo, oposición) y cada cosa en su (facciosamente inocuo) lugar. Una élite que en treinta años de democracia no recuperó para el pueblo argentino el manejo del Estado, hecho comprobable en que las bayonetas todavía apuntan hacia adentro para garantizar el despojo – sea de recursos naturales o del producto del trabajo nacional; en la falta de un proyecto de desarrollo que aproveche la dotación de recursos humanos, naturales y de capital de la argentina. Es una élite que no puede poner de pie a la Nación porque no la representa. Representa el vaciamiento económico de Martínez de Hoz y la derrota de Malvinas ante los mandantes del Viejo Joe. Mejor que invocar el Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno es tomarlo en serio. Como al informe Rattenbach. Mejor que decir, es hacer. Mientras, seguiremos pagando el precio de la banana para consumo interno.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

 Supernova Cristina
Llega un momento en la vida de ciertas estrellas  en que absorben todo el sistema planetario y su brillo aumenta en intensidad descomunalmente. Para el observador superficial, este puede parecer un momento de grandeza y magnificencia. Pero sucede que la estrella está reventando. El avasallador triunfo de octubre de la fórmula oficial dejó a sus más cercanos competidores a más de treinta y cinco puntos de diferencia. El Frente Para la Victoria es, para decirlo con Laclau, una totalidad incompleta. Pero, como hemos dicho antes, la hegemonía puede ser el preludio del abismo.
Si bien es llamativo el poder electoral del oficialismo luego de ocho años de gestión, no menos llamativo es el comportamiento de los opositores. Francisco de Narváez demostró que no es peronista cambiando de caballo en el medio del río: en plena campaña decidió apoyar a Rodríguez Sáa y abandonar el esfuerzo electoral del radicalismo. Este rasgo de cinismo político tan explícito es difícil de parangonar. No es una “Borocoteada”: es mucho más porque en plena campaña alguien decide, con total desprecio de sus compañeros de ruta y de los electores a los que hasta hacía poco llamaba a votar por la alianza que integraba, que no le aporta ir en la misma lista y cambia de simpatías en el mes anterior al comicio. Una cosa increíble… hace unos años. Hoy los partidos no existen y el sistema político lo sufre. Desde 1983 a la fecha, el sistema bipartidista que encuadraba a más del ochenta por ciento de los votantes en partidos debidamente estructurados que respondían a culturas políticas diferentes, ha ido dejando lugar a  otra estructura mucho más atomizada y laxa donde el dirigente es la unidad de referencia más importante. Hoy las alianzas ad – hoc son el reflejo de la disolución de los contenidos de aquella/s cultura/s política/s y de la fisonomía que le daban al sistema. La preeminencia del dirigente sobre el partido primero y del oportunismo marketinero sobre cualquier compromiso programático o tradición política no muestra más que la falta de representatividad de la élite política. Para decirlo en términos de Marx (de Groucho Marx): “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Una paradoja puede representarla Felipe Solá. Quizás la baja más resonante, después del Vicepresidente de la República, del equipo kirchnerista durante el “Conflicto del Campo” de 2008, hoy ha vuelto al (último) puerto de salida. El acercamiento entre el sector agropecuario y el Gobierno Nacional seguramente no es ajeno a este nuevo bandazo del ex – Gobernador de Buenos Aires. La paradoja está dada, como se ve, en que a pesar de las apariencias existe una muy probable coherencia. Que, por razones políticas y aun doctrinarias, no puede hacerse pública ya que desde el Abate Sieyes, la representación política de cada legislador tiene como fundamento al conjunto y no a intereses corporativos, sectoriales o particulares. Lo mismo advertía Burke a los electores de Bristol en su famoso discurso en cuanto a su independencia de criterio con respecto a su base electoral. Solá muestra lo que vale para él la representación que invoca como fuente de legitimidad: nada.  Él no está allí como representante “del pueblo”  o de los Estados Provinciales como unidades preexistentes a la República Federal sino como vocero y operador de determinados intereses sectoriales aunque invoca la representatividad de “la Nación” como diputado o de la Provincia Buenos Aires en el Senado. El desprecio por el electorado –al que intenta manipular en su provecho- y por la función constitucional que cumple en beneficio de una eventual ventaja posicional son los rasgos que lo igualan a sus colegas.


La Isla Bonita
Dentro de ese panorama el conglomerado K aparece como una forma organizada, esto es: que responde a un mando unificado que le da sentido. La capacidad de asir las riendas por parte de la Presidenta es su mejor carta de presentación. El kirchnerismo no sintetiza pero sí logra reunir una cantidad de actores e intereses que, según los manuales de ciencia política, no aguantarían mucho tiempo juntos: desde el empresariado más concentrado (como las empresas privatizadas) hasta los organismos de derechos humanos; líderes territoriales y sindicales junto a intelectuales de izquierda y artistas de distintos campos. El kirchnerismo es capaz de pararse al lado de Chávez o de Evo Morales que han hecho de la nacionalización del petróleo su bandera y no tener una empresa estatal que efectivamente se dedique a, siquiera, regir el mercado nacional del sector. En lugar, existe un sello que funciona como una oficina de concesiones. No contento con ello, acaba de reconocer al CNT de Libia como el Gobierno legítimo de aquél país en concordancia con los intereses petroleros de la OTAN. Es capaz de hablar de Derechos Humanos y no hablar de Julio López o Luciano Arruga, desaparecidos en democracia. Y lograr que la mayoría de los organismos de DD.HH. tampoco digan nada. Nada que disguste al Gobierno Nacional. Más bien, todo lo contrario.  Es capaz de pedir “renuncia” a los subsidios a las privatizadas “en favor de los que más lo necesitan” y nuevamente encolumnar a la izquierda intelectual sin que nadie se pregunte por los costos de la estructura fragmentada del sistema energético o si una YPF pensada de manera similar a su homóloga Petrobrás  (¡que fuera pensada  a partir del modelo de YPF, como todas las petroleras estatales del mundo!) podría mejorar los costos, dar beneficios y ser una palanca de radicación de inversiones industriales. El kirchnerismo es la única fuerza política organizada de la Argentina. No hay otra. Es una isla de orden en un caos. Hace converger las expectativas de los compradores de humo de toda la vida y de los pícaros y rufianes de distinto origen. Es la totalidad de la que habla Laclau en cuanto al relato democrático de 1983. En él convergen todos los ideales virtuosos (retórica) y las prácticas viciosas. Por eso puede juntar lo imposible. Es la única referencia. Pero también es un punto máximo de concentración.
Kapow!
Imaginemos una formación ferroviaria chocando contra una pared de concreto. No lo pensemos tal como sucede realmente sino como sucedería en un dibujo animado: luego de golpear la máquina, todos los vagones convergen en el mismo punto. Uno tras otro, con todo su contenido, terminan en un pequeño círculo donde encontraremos a pasajeros, carga y estructura. Eso es lo que sucedió en 2001. En aquél entonces, la máquina chocó contra el concreto y mostró las limitaciones del sistema, su incapacidad para cambiar el rumbo. Una incapacidad buscada y como ejemplo de ello no hay más que pensar en el Régimen de Convertibilidad. El kirchnerismo logró que todo el tren converja en un punto, según el modelo de los dibujitos animados, evitando el desmadre y la dispersión propias del modelo real. En tanto que el centro del sistema sea lo suficientemente fuerte y pueda atraer al conjunto de los elementos, el sistema permanecerá estable. Pero irá acumulando presión procedente del conjunto que continua chocando contra la pared. Vamos a fundamentar esto. El régimen constitucional surgido en 1983 tiene dos bases históricas: una económica y otra política. La económica está ligada al fin de una etapa en la destrucción de la economía argentina caracterizada por el endeudamiento fraudulento y la desindustrialización. Para 1981, ese proceso estaba concluido. El aspecto político está relacionado con la derrota militar en Malvinas que determinó el  descrédito final de los uniformados. Contrariamente a lo que sostiene el discurso democrático, el régimen en cuestión surge de la derrota popular. Luego del fracaso de la solución de compromiso del alfonsinismo, el período siguiente vio, bajo el auspicio del Consenso de Washington, el avance de la economía sobre la política. Se perdió de vista la función legitimadora de la política y las élites políticas se confundieron con las económicas en negocios e intereses. El resultado fue Diciembre de 2001, el choque contra el muro de concreto. En cierta forma, la economía se terminó comiendo a sí misma por la cola. Desde entonces, es la política la pata preeminente y el discurso reivindicativo, propio del populismo, dominó y domina francamente la escena. Tanto como el recetario liberal de la economía lo hizo en su época de gloria.  Cierto es que “la política” pudo hacer esto porque logró mejorar la situación económica merced a la devaluación, el dafault y fundamentalmente la mejora de los términos de intercambio para los productos que exporta el país, cuyas retenciones permitieron mejorar las destruidas arcas públicas. La prognosis es la misma que para el economicismo: del mismo modo que resultó insostenible que un peso fuera equivalente a un dólar, pensar que un 54.11% del padrón efectivamente votante es “militante” y sintoniza 6-7-8, es un delirio. El problema con este delirio es que la coalición política que lo sostiene es casi coextensiva del sistema político y su piedra de toque. Ahora es la política la que terminará con el rabo entre los dientes.  Lo que está por venir, entonces, es la vuelta desde el modelo de dibujitos al modelo más cercano a la física realmente existente. El núcleo será incapaz de comprometer en el mantenimiento del statu quo al conjunto de fuerzas que convergen sobre él y colapsará de la misma forma que colapsó la economía en 2001: por rigidez inducida. La rigidez no es un síntoma de fortaleza sino de debilidad pues impide el cambio adaptativo.  En 2001 los especuladores –los mismos que hubieron contribuido en su momento a su entronización-  veían las debilidades del peso y apostaban en su contra. En clave política, cualquier diario de hoy muestra el comienzo de un proceso similar, agravado por la estructura “movimentista” del sustento socio – político del kirchnerismo. Este tipo de estructura puede ser muy útil para momentos de crisis ya que puede encuadrar, como lo hizo, actores con orígenes diversos. Como nos dice Laclau, esa diversidad converge en un liderazgo fuerte.  Pero si comienza una dispersión que le reste progresivamente su fuerza tal lider, como un superhéroe de historieta que pierde  los poderes que lo caracterizan, se transforma en un mortal más.
De hoy en adelante
El colapso sucesivo de ambas patas sobre las que se apoyaba una estructura perversa que, pregonando libertad y bienestar popular, generó pérdida de autonomía y degradación nacional, abrirá la discusión sobre actores y programas con realismo y sin las ataduras que implicaba el encuadre anterior.  Esta “deconstrucción” será la base de una nueva era en la Historia Nacional. Perderemos la linealidad del discurso, la que nos marcaban los rieles de acero y nos encontraremos con actores y contenidos cruzándose por el debate político. Sobre el actor principal de esta nueva etapa, su ideología y organización agregaré a lo expuesto en otras entradas que deberá cuestionar las bases económicas y políticas sobre las que se basó el régimen  hoy en vigencia: la destrucción económica y el sometimiento al llamado “Mundo Marítimo” representado por la derrota de Malvinas, trascendiendo los tradicionales "combos" cerrados que ofrecene la izquierda y la derecha. Aquél Mundo Marítimo sólo nos puede ofrecer la condición de periferia de tercer o cuarto orden luego de los Estados Unidos, Europa y, en el nivel regional, Brasil y Chile. Argentina está en condiciones y necesidad de replantear esta “inserción” en el Mundo del Siglo XXI a partir de una alianza según el eje Andino – Patagónico, haciendo uso de sus riquezas naturales, su cultura y una coyuntura internacional favorable: la crisis terminal del Centro, de Europa y los Estados Unidos. Esta es la verdadera alternativa sudamericana y no la de ser periferia de un Estado auto – integrado como el Brasil que nada necesita de sus vecinos salvo el papel de corifeos tanto en el campo político como en el  económico. Por lo demás, Brasil, con la mitad de la población sudamericana, sigue siendo mucho más desigual que la Argentina. Este carácter auto – integrado y masivo de Brasil pone un techo, no un piso, a las expectativas de progreso delos pueblos sudamericanos que nos incluye, como es lógico.
La puesta en marcha de un nuevo Proyecto Nacional es la hipótesis optimista. La pesimista, se queda en la mera destrucción. Ambas son posibles. La diferencia estará en la capacidad de ver o no el destino común como tal.

lunes, 17 de octubre de 2011

Entre la Hegemonía y el Abismo
 Así podría describirse la situación actual de la coalición gobernante y del sistema político argentino. Mientras el desempeño electoral del oficialismo en la próxima elección promete ser abrumador, se abre para el futuro inmediato un horizonte de crisis de su estructura de poder
Heterogeneidad  y confrontación
Hasta aquí la estrategia del kirchnerismo conjugó un discurso radical con un sistema de alianzas mucho más variado. Si bien confrontó con los sectores establecidos en el campo político, económico y aún institucional, su construcción política fue más heterogénea. Logró alinear a los jefes territoriales del Conurbano Bonaerense a la vez que incorporó a varios de los nuevos actores que emergían de la crisis: los movimientos piqueteros, sumándolos al Gobierno y dándoles acceso a recursos del Estado en la forma de “planes sociales” (una forma de seguro social distribuido por el Estado a través de distintas organizaciones) y encolumnó también a los organismos de derechos humanos. Con audacia en la ejecución y realismo en los objetivos, logró un equilibrio entre sectores disímiles. En el campo sindical trazó una alianza con la conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT) pero mantuvo abierta la comunicación con un sector de la central alternativa, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).
Cambiar para seguir: a grandes urgencias, enormes riesgos
El estilo político del kirchnerismo ha tendido siempre a la centralización. Puede pensarse que su proyecto inicial preveía una serie de pasos que se van cumpliendo: el primer paso fue hacerse un lugar en el espacio nacional ganando autonomía con respecto a su mentor, Eduardo Duhalde y disciplinar/alinear a los jefes territoriales y sindicales; esterilizar política y electoralmente a la oposición y, finalmente, sintetizar la hegemonía resultante en una organización política nueva y perfectamente alineada detrás de las figuras de Néstor y Cristina.  Los primeros pasos han sido dados con éxito. De no haber ocurrido la muerte de Néstor Kirchner, no existiría presión estructural sobre los tiempos. Cualquier discusión sobre la conducción del proceso y el Estado quedaría, al menos, a un lustro de distancia. Pero hoy no es así. La continuidad está amenazada por el límite constitucional de una sola reelección y la consecuente imposibilidad de la Presidenta de renovar su status de jefatura en 2015. Ante este escenario, se presentan varias alternativas.
·         Desistir de la reelección capitalizando los logros de gestión para una nueva etapa a partir de 2015. Teniendo en cuenta las dificultades de agenda del próximo gobierno y la desarticulación de las fuerzas políticas en su conjunto esta sería una opción  razonable. En caso de crisis existiría un recambio posible y rápido capaz de reconstruir la legitimidad del poder. Pero no se condice con el estilo político del kirchnersimo y hasta el slogan que repiten los militantes del oficialismo: “Nunca menos”, parece descartar toda posibilidad de volver al llano.
·         Buscar una reforma constitucional que habilite nuevos períodos presidenciales. En caso de una victoria en la elección de medio término de 2013, podría pensarse en una elección constituyente en 2014 y para el año siguiente tener habilitada la continuidad. Más allá de requerir el beneplácito de los jefes territoriales y del sindicalismo, esta opción presenta problemas de agenda importantes: en primer término, las medidas poco dulces que se perciben en el horizonte inmediato y en segundo la simultaneidad de estas medidas con la instalación de la necesidad de la reforma. Una caída en los niveles de popularidad de la Presidenta no sería el mejor marco para plantear una nueva reelección, particularmente teniendo en cuenta la necesaria negociación con los Jefes territoriales y sindicales que podrían retacear el apoyo.
·         Generar una fuerza propia homogéneamente alineada con la Jefa de Estado. Si esta fuerza se consolidara antes de las elecciones de 2013 podría facilitar, luego de un buen resultado en las aquellas elecciones, el tránsito hacia una reforma constitucional o permitir el ascenso de una figura perfectamente afín. Esta figura podría ser el hijo de la pareja Kirchner: Máximo, creador y referente de una agrupación política -“La Cámpora” – que ya ha provisto de cuadros al Gobierno Nacional. Esta es la más peligrosa para el sistema político. 
Algunos de los pasos que ha tomado el oficialismo en los últimos tiempos parecen marcar el camino de esta tercera opción. Como las llamadas “listas colectoras”, que implican una lista electoral paralela a la del Frente para la Victoria (la lista que el oficialismo comparte con los jefes territoriales) de carácter homogéneamente kirchnerista. O el creciente distanciamiento de la CGT y  de su Secretario General, Hugo Moyano, que incluye el encarcelamiento de varios dirigentes sindicales. Esta fuerza política incluiría a dirigentes políticos y sociales muy cercanos a las políticas “progresistas” del Gobierno, como Martín Sabatella o el cuestionado Secretario de  la central obrera alternativa, la CTA, Hugo Yasky. La mera existencia de esta fuerza implicaría el replanteo de todo el arco socio – político. La característica central sería la desaparición de toda referencia intermedia y la ligazón directa con el centro distribuidor de poder.
Futuro incierto
Pero, como dijimos, es una apuesta peligrosa. Tan riesgosa como apostarlo todo en una carrera de resultado incierto. La instalación política de esta fuerza debe hacerse en tiempo récord y siempre antes de que se produzca el desgajamiento de la coalición actual. Para peor, su eventual consolidación aumentaría naturalmente la tendencia al desbande. Un desbande con fuerte carga de resentimiento. El impacto de esta carrera sobre el sistema político se ve multiplicado por la carencia de fuerzas políticas alternativas de relevancia. El conjunto opositor está totalmente desarticulado y, de consolidarse el resultado de las primarias, carece de representatividad. Aun con sus elementos más importantes adosados con el inestable pegamento del oportunismo, el Frente para la Victoria es la única fuerza política organizada de peso. La agenda por venir no ayuda: el pronóstico indica fin de las buenas épocas con un frente inflacionario que obligará a bajar la demanda agregada. Argentina mantiene subsidios que han llegado a miles de millones de dólares con el objeto de mantener los precios de los servicios públicos sin aumentos. Esto representa varios puntos del PBI. Su retiro impactaría sobretodo en sectores medios y altos, los menos afectos al Gobierno. Los sectores medios han perdido su encuadre político tradicional, la UCR, y ninguna de las opciones partidarias ha reemplazado al centenario partido en esa función con cierta estabilidad. Los sectores altos, tienen sus propias formas de presión ante la debilidad del poder político a través, por ejemplo, de los mercados o la prensa privada. El sistema político parece caminar entre la hegemonía y el abismo porque el armado político electoral que prepara el gobierno es de un voluntarismo y ceguera tal que puede compararse a querer parar un edificio de varios pisos sobre un escarbadientes. Un caso paradigmático es el del candidato a vicegobernador por la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto. Ese puesto en 2007 correspondió a Alberto Ballestrini, importantísimo jefe territorial de La Matanza, en el Conurbano bonaerense. No hay mediación: ahora la relación de dependencia es directa y un hombre del riñón presidencial sin poder territorial se hará cargo de la candidatura. Su mayor mérito fue el de ser el autor de la Ley de Medios, piedra angular del conflicto con el conjunto de multimedios y Clarín, el mayor grupo del sector, en particular. En cuanto al sistema político, se prevé que ninguna fuerza alcance a quedar, siquiera, a 30 puntos del oficialismo. Una hegemonía plena.
A falta de otro
Según Ernesto Laclau, el populismo se construye a partir de la diferencia con el “otro”. Hay un actor hegemónico y frente a él y contra él se construye la identidad del “pueblo”. Pero qué pasa, entonces, cuando ya no hay otro, cuando el antiguo régimen ha quedado a 30 puntos detrás del nuevo paradigma popular. Pues uno esperaría que el heterogéneo conjunto empiece a crujir… No existiendo oposición, es probable que los políticos profesionales del conjunto vencedor comiencen a posicionarse para la era post – K. Y que la diferenciación comience desde adentro hacia afuera, desintegrando la articulación de poder oficial. Tanto más cuanto que no se avizora gran generosidad con las organizaciones tradicionales del peronismo. Lejos de ello, como dijimos, el poder central recela de sus antiguos aliados y los desplaza de los espacios institucionales de poder. Sin embargo, estas organizaciones tienen poder de calle pero no necesariamente son capaces de contener el sistema o de darle legitimidad. El panorama provincial presenta, en distritos como Santa Fe, Córdoba o Ciudad de Buenos Aires, un panorama similar dominado por los oficialismos sin congruencia ni conexión orgánica con la realidad nacional. Esta realidad muestra dos caras de la crisis del sistema político: por una parte, la profundidad de su disgregación que penetra el agregado nacional alcanzando los sistemas provinciales; por otra, que la falta de alternativas se repite a nivel provincial. Ningún jefe provincial pudo nacionalizar su liderazgo. Las capacidades de la oposición son meramente frondistas. Por otro lado, la declamada “nueva política” constituida por las “organizaciones sociales” y otros actores colectivos e individuales “progresistas” ha demostrado en las primarias su escaso alcance electoral. Los dirigentes en cuestión resultan, en realidad, segundas y terceras líneas recicladas de la política tradicional que saltearon varias filas hacia el primer lugar a partir de la debacle sistémica de 2001/2 y de ninguna manera podrán sobrevivir a una crisis del poder central.  Su arma, como el de sus eventuales adversarios, es la capacidad de movilización callejera.  Y en esto reside la médula del problema socio – político argentino. Existe una enorme capacidad de impugnación a partir de la movilización de masas empobrecidas y cuya única esperanza económica y aún social consiste en el alineamiento con algún aparato político, cualquiera sea. No es verdad que exista una “masa esclarecida” o cosa por el estilo. En definitiva, es la Argentina del siglo XX con sus esquemas de participación la que está en crisis. El único actor libre, es decir, que no ha sido encuadrado por las organizaciones políticas y que tampoco forma parte de la élite económica de poder, lo constituyen los sectores medios. Como en 1943 ocurría con el migrante interno, hoy quien sepa interpretar a este sector tendrá la llave de un futuro no tan lejano. Y como en aquél entonces, lo más probable es que la puerta se abra “desde arriba” ya que estos estratos carecen de organicidad: tal organización podría provenir de un “gesto de orden” desde la cima del Estado, tal como en el peronismo originario. Un gesto de orden que se traduzca en dar organicidad a lo existente de manera de permitir la gobernabilidad del sistema pero de ninguna manera un gesto de carácter represivo o reaccionario. Pero por ahora, después de la hegemonía sólo se ve el abismo

viernes, 16 de septiembre de 2011

¿Se viene el Rodrigazo?

¿Se viene el “Rodrigazo”?
En el artículo dedicado al “Rodrigazo”, leemos en Wikipedia: “El 4 de junio de 1975, el entonces Ministro de Economía argentino Celestino Rodrigo, dispuso un brutal ajuste que duplicó los precios y provocó una crisis terminal en el gobierno de Isabel Perón. Rodrigo quería eliminar la distorsión de los precios relativos con una fuerte devaluación de 160% para el cambio comercial y 100% para el cambio financiero”. Y detalla a continuación los principales cambios de precios:
  • Devaluación de más de un 150% del peso en relación al dólar comercial.
  • Suba promedio de un 100% de todos los servicios públicos y transporte.
  • Suba de hasta un 180% de los combustibles.
  • Como contraparte, aumenta un 45% los salarios
Todos podemos leer en las facturas de electricidad, en las de gas, en la tarjeta de subte, en los carteles de fijados dentro de los colectivos, en las estaciones de tren, etc., que todos esos servicios cuentan con subsidio del Estado Nacional. En las facturas servicios domiciliarios se muestra, en primer lugar, el monto que deberíamos abonar si no existiera tal subsidio;  luego la deducción correspondiente y finalmente la cantidad de dinero a abonar. A modo de descargo o quizás de profecía, se hace una comparación de lo que pagaríamos en otros países de la región por nuestro consumo. Notamos que la diferencia excede, incluso, el incremento verificado en el ajuste más famoso de la Historia económica nacional.
A su vez, una de las patas de “El Modelo”, está bastante corroída por el paso del tiempo: hablamos del tipo de cambio. La devaluación de 2002 implicó el encarecimiento de productos importados con beneficio para la producción nacional, particularmente en el sector industrial. Esto llevó a mejorar el empleo y descomprimir la situación social. Paralelamente, el aumento internacional de los productos agrícolas y mineros que exporta la Argentina permitió la mejora de la balanza comercial. A través de las retenciones y otras medidas regulatorias, el Gobierno pudo hacerse de parte de la renta y financiar el gasto público, siempre en aumento. Uno de los rubros de mayor aumento fue, justamente, el subsidio a las privatizadas y el transporte urbano del Área Metropolitana que pasó de $ 2.000 millones a casi $ 60.000. Lo que ha debilitado esta pata del "Modelo" es la inflación: el aumento de precios interno es superior al aumento del tipo de cambio (peso contra dólar, euro o real) lo cual incrementa los costos en moneda nacional sin compensación cambiaria, desalentando la exportación. Exportar, es menos negocio; empieza a ser negocio importar. Por eso el balance comercial ha caído bastante. Y en un entorno de crisis internacional, en el que el mundo compra menos y quiere vender más, ese “atraso cambiario” se hará más evidente.
Como se deduce del conjunto de cifras que hemos expuesto, la bonanza del comercio exterior pasó por el fisco y se quedó, desproporcionadamente, en los bolsillos de los grupos económicos más poderosos del país, no en los ciudadanos más necesitados. Pero los participantes del “capitalismo de amigos” han iniciado una “puja distributiva” contra el pueblo a través de la inflación. No piensan aumentar la producción (y bajar la inflación) sino producir menos y aumentar los precios (y bajar expectativas salariales y de consumo popular). El problema se encadena de la siguiente manera: el Estado subsidia el consumo energético y los transportes a través de gasto que financia con un comercio exterior decreciente. El subsidio permite dirigir el dinero de los consumidores a otras opciones, aumentando la demanda. La demanda no puede ser satisfecha sin un aumento de producción. Pero un aumento de producción implicaría convalidar costos laborales más altos y una mayor inversión por parte de las empresas privatizadas, por ejemplo, en distribución energética. Por lo tanto el mayor consumo sin una producción que aumente en igual medida trae inflación. La inflación aumenta los costos internos y corroe el tipo de cambio. Un tipo de cambio menos favorable tiende a bajar el superávit comercial que financia los subsidios y genera (o, al menos, no destruye) puestos de trabajo. La renegociación de los contratos con las privatizadas traerá un “sinceramiento” de precios que compense el subsidio que hoy perciben. A su vez, el tipo de cambio también aumentará para recomponer la ecuación de la industria. Esto implica un ajuste de grandes magnitudes a pagar por el conjunto del pueblo con un consumo menor.
El “Modelo” hace rato que no es virtuoso y por eso ha necesitado de la torpe y mafiosa intervención de Moreno en el INDEC dubujando un índice de inflación ficticio. No por nada el Gobierno calla todo acerca del futuro comportamiento de tarifas. Hay un Rodrigazo recargado en puerta. El banquero kirchnerista Jorge Brito dice que el Gobierno convalidó la inflación a través de emisión monetaria. Usted, ¿va a convalidar el Rodrigazo con su voto?