viernes, 18 de mayo de 2012

Malvinas un consejo del Pentágono

Malvinas: un consejo del Pentágono
En febrero del año pasado, el entonces secretario de defensa de los Estados Unidos, Robert Gates, dio una última conferencia ante los alumnos de la academia de West Point. Concretamente, dijo que cualquier sucesor suyo que aconsejare al Presidente de su país una guerra terrestre en Asia, Medio Oriente o África debería hacerse ver de la cabeza. Lo dijo así: In my opinion, any future defense secretary who advises the president to again send a big American land army into Asia or into the Middle East or Africa should have his head examined”. Esta idea tiene dos fuentes: por una parte, la doctrina del Command of the Commons que muestra a Estados Unidos como dominante de los “espacios comunes” que comunican las distintas regiones de la Tierra – como el aire, el mar, el espacio ultraterrestre y el radioeléctrico. En esos espacios es donde Estados Unidos saca ventaja de su tecnología y puede causar daño a sus adversarios casi sin posibilidad de respuesta por parte de éstos. Pero en cuanto se involucra en una lucha callejera o selvática, cara a cara, aquél enemigo antes impotente tendrá la posibilidad de devolver golpes que, más allá del impacto militar, políticamente podrían ser desastrosos. El ejemplo más famoso es el que dio origen a la película La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down), basada en un hecho real ocurrido en Somalia durante la intervención “humanitaria” de los Estados Unidos que, ya que estaban, decidieron dar un golpe a los señores de la guerra rebeldes capturando a dos de sus jefes  y sufrieron un primer derribo de un helicóptero a lo que siguió otro y una refriega entre los Rangers y Delta Force por un lado y guerrilleros por el otro con el saldo de  varios soldados norteamericanos muertos. Todo esto, ante las cámaras de la CNN. El resultado: un fracaso político y retirada del país.  Pero si bien este es el  antecedente doctrinario de las palabras del Secretario Gates, las mismas estaban pensadas con los teatros actuales de operaciones de los Estados Unidos, como Irak o Afganistán pero fundamentalmente la posibilidad de intervenir en la denominada “Primavera Árabe”. como referencia.  Un despliegue de fuerzas terrestres durante un tiempo prolongado es desgastante desde el punto de vista económico y es insostenible también desde el punto de vista político: más de diez años de guerra en Afganistán y otros tantos en Irak, no han logrado una victoria definitiva que permita el regreso a casa de los soldados y sí ha traído a muchos de ellos sin vida o seriamente lesionados con discapacidades de por vida. En el aspecto material deben contarse los centenares de miles de millones de dólares que se han volcado a estos escenarios para un resultado incierto y probablemente decepcionante. La logística que se necesita para operar a gran escala al otro lado del mundo durante un tiempo prolongado está fuera del alcance de la potencia más poderosa de la Historia.
Cuando nosotros nos proponemos recuperar nuestras Islas Malvinas, Sandwich y Orcadas del Sur debemos tener estas consideraciones en mente. ¿Qué estrategia nos puede sugerir este reconocimiento de primera mano del Secretario de Defensa de los Estados Unidos?



Un conflicto sin hipótesis y sin estrategia pero con mucha retórica
Desde que la consulta popular sobre el laudo papal referido al conflicto por el Canal de Beagle y las islas adyacentes que Argentina mantenía con Chile cerró dicho conflicto una muletilla se escucha en todas las declaraciones de políticos y periodistas, oficialistas y opositores: “la Argentina no tiene hipótesis de conflicto”. Es curioso que a la vez tengamos un reclamo territorial, similar al que nos enfrentaba a Chile, dirigido a otro Estado vecino que siendo el más poderoso raramente es considerado como tal: el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, nuestro vecino de facto. Tanto más raro cuanto que para la época en que comenzó a difundirse esta frase todavía manteníamos un estado de guerra de hecho que luego requirió firmar un Cese de Hostilidades. Últimamente hemos tenido diversos choques diplomáticos e incluso el Gobierno Nacional tomó represalias contra empresas que contrataran con quienes exploraban la plataforma submarina entorno de las islas en busca de hidrocarburos. Lo que en realidad ocurre, es que una serie de identidades surgen en la mente de la opinión pública cuando se habla de “hipótesis de conflicto”: es el equivalente a guerra, a gobierno militar, a “los chicos de la guerra”, a trauma socio – histórico. Un conflicto también implica armas y las armas se equiparan a militarismo, autoritarismo, muerte, etc. Nadie quiere hacer surgir esta catarata de imágenes en el electorado y la opinión pública por miedo al rechazo que generaría.
Tampoco hay una continuidad estratégica. Desde el final de la guerra, Argentina formó parte del Grupo de los 77 (los Países no Alineados), buscó tecnología misilística (Cóndor II) y envió ositos de peluche a los habitantes de las islas para mostrar amistad. También firmó una serie de acuerdos (Acuerdos de Madrid) que permitieron la reanudación de las relaciones bilaterales y la participación de los británicos en las privatizaciones de la década del ´90. Desde 1982 Argentina ha recibido apoyo de distintos foros internacionales, incluyendo la Asamblea General de la ONU pero no ha avanzado ni medio centímetro en la obtención de lo que se supone es su objetivo.
Recientemente ha comenzado una campaña de hostigamiento verbal contra el Gobierno británico destinada, se afirma, a sentarlo a una mesa de negociaciones para hablar sobre la soberanía de las Islas. Las diatribas contra el colonialismo, la reivindicación de la identidad latinoamericana, la “emboscada” de la Embajadora Argentina ante el Reino Unido al canciller de ese país e incluso la denuncia de militarización ante la ONU como punto culminante de esta ofensiva forman parte de esa ofensiva. Pero la ONU difícilmente incluya en su agenda de seguridad el tratamiento del tema por la misma razón que los británicos no se sentarán a negociar: no hay ningún peligro de cambio del statu quo. La ONU tiene su agenda de seguridad ya suficientemente cargada con temas como Irán, Siria, Terrorismo, Narcotráfico, para no hablar de Cambio Climático, Contaminación Ambiental y otras amenazas a la seguridad que no provienen de Estados ni de grupos armados sino de la degradación del ecosistema. Donde no pasará nada, no dedicará grandes esfuerzos. Para el Gobierno británico, la situación es similar con el condimento favorable de que puede victimizar a los habitantes de las islas “acosados” por Argentina y su “colonialismo”. ¿Por qué cambiar? Mantener las islas bajo su control no demanda mayor esfuerzo y puede generar negocios importantes como el de hidrocarburos en la plataforma submarina. La colonia es rentable y su defensa barata.
Subir el costo y bajar el beneficio de la ocupación
Lo primero que debemos hacer es reconocer que existe un conflicto, un enfrentamiento de voluntades a propósito de un mismo objeto de interés. Este conflicto se da entre dos Estados: Argentina y Reino Unido. No hay otros actores. Los tres mil habitantes de las islas califican más como habitantes de un enclave colonial que como “naturales” del lugar. Su idioma, su raza, su ascendiente familiar, sus tradiciones, su arquitectura, etc. Por donde se los mire, son británicos. A miles de kilómetros de caso pero británicos. No hay naciones de 3000 habitantes.
Pero el paso más difícil es reconocer que, como Estado, Argentina tiene derecho a proveer a su defensa nacional. Esto es lo que prevé la Constitución Nacional. Es difícil porque implica vencer nuestro trauma socio – histórico, el mismo con el que nació el régimen constitucional. Este trauma se potencia con el hecho de que el Reino Unido sea una gran potencia: Argentina no debería enfrentar al tándem Reino Unido – OTAN nuevamente como en 1982 pues se producirá el mismo resultado: el enemigo es invencible.
Las palabras del ex Secretario de Defensa de los Estados Unidos abren una puerta que permite cuestionar seriamente esta superioridad inherente a la condición de gran potencia del adversario asumida por nuestra Nación. Actualmente, la guarnición británica implica apenas cuatro aviones (los muy modernos Typhoon II) apoyados por un avión tanque, una unidad naval de superficie y unos dos mil soldados. Ese destacamento de fuerzas implica un desembolso de unos U$S 600 millones de dólares anuales. El mayor costo es el de atravesar el planeta de norte a sur para abastecer a la pequeña y lejana fuerza. Ahora bien: ¿Qué pasaría si Argentina volviera a tener una Fuerza Aérea y cierta cantidad de unidades submarinas incluyendo alguna de propulsión nuclear? Lo primero que ocurriría es que los británicos tendrían que dotar a su guarnición de más medios: mínimamente un escuadrón completo de cazas (doce aviones) otro tanquero, uno o más aviones de alerta temprana (AWACS) de los cuales uno debería estar permanentemente en el aire, más unidades de superficie (para buscar y no perder nunca a los submarinos argentinos en 3.000.000 de km2 de Mar Argentino), distribuir sus tropas terrestres y ampliar su número (para evitar los efectos de un ataque exitoso contra una concentración muy elevada)… un gasto mucho más grande. Los aviones, los barcos, los transportes que llevan la logística desde el norte hacia el sur; repuestos para las máquinas, alimento para sus tripulantes, más combustibles para calentarlos a ellos y al personal de mantenimiento y un largo etcétera son el equivalente del despliegue terrestre del que hablaba Gates. Lo segundo que ocurriría es que los inversores se percatarían de que esa es una zona en disputa y que sus inversiones estarían en riesgo. Quien quiera invertir deberá saber que debe tener en cuenta a Argentina y si esa presencia se institucionaliza, mejor. Ninguna institucionalización es más poderosa que el reconocimiento de soberanía. Estos dos elementos, el incremento de gastos y la poca probabilidad de tener un buen negocio entre manos nos acerca al escenario que Gates quería evitar para su país: una larga guerra de descaste al otro lado del mundo para el ocupante sin perspectiva de resolución. La situación se complica todavía más para los británicos cuanto que siempre siguen a los Estados Unidos en su despliegue alrededor del mundo. Sumarles uno más, uno del que deben cuidar solos, no hace más que someterlos al viejo problema de la manta corta en un momento en que su presupuesto no parece pasar por su momento de mayor holgura. Por su parte, la flota británica tampoco parece capacitada para la operación. según sus propios miembros, como el ex comandante de la fragata Ardent hundida en 1982, quien dijo que la flota hoy no podría llevar a cabo las operaciones de treinta años atrás. Recordemos que hoy no disponen de aviación embarcada aparte de helicópteros en su único porta – aeronaves (el Illustrious, similar al Invincible) y que la eventual destrucción de los aeropuertos de Mount Pleasant y Puerto Argentino haría imposible el refuerzo de la guarnición, la defensa aérea de las islas e incluso su abastecimiento. Los medios para llevar a cabo tal destrucción están al alcance de quien quiera adquirirlos en el mercado mundial a costos accesibles para nuestro país y se promocionan en todas las ferias aeronáuticas del mundo. Pero, a la vez, debe descartarse cualquier posibilidad de guerra: un choque decisivo es todo lo contrario de lo que buscaría Argentina. Lo que nos interesa es marcar presencia de manera de evitar el unilateralismo de disponer impunemente de los recursos naturales y aumentar el costo de la ocupación de manera que su prolongación sea una carga crecientemente pesada.
Más allá de las palabras
Para poder progresar en el reclamo sobre nuestras islas del Atlántico Sur primero debemos reconocer el conflicto correspondiente. El reconocimiento de la existencia de un conflicto con Gran Bretaña implica adoptar una estrategia en la que todos los factores de poder de la Nación deben ser considerados. La consideración del factor militar no implica tomar la opción guerra como principal sino la de coacción: imponer al adversario costos por su acción. Ese costo, realmente pesado para las finanzas británicas en el contexto de su despliegue militar mundial, debería conducirlos a la mesa de negociaciones. El límite natural al factor militar sería la guerra, que nunca debe ocurrir. Será el elemento político el más importante: siempre debe quedar claro que la paz es de conveniencia mutua lo que implica buscar la convergencia con la mayor cantidad de actores de manera de aislar al Gobierno de Londres quitándole la iniciativa e inhibiendo la posibilidad de escalar. La retórica inflamada sin ningún respaldo de capacidades es una mera manifestación de impotencia cuando no de hipocresía.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El precio de la banana
Pido perdón por anticipado por el uso de la primera persona pero tengo la impresión que si el kirchnerismo hubiera estado al frente de la Revolución Cubana, en vez de nacionalizar la United Fruit la hubiera subsidiado. Pocos símbolos pueden ser más poderosos que el nombre de aquella empresa en cuanto a evocar la dominación económica y política de las repúblicas caribeñas al punto de definir una tipología, “república bananera”, que incluso ha trascendido a la región de la que surgiera. Nadie puede dudar que un lugar similar han ocupado las privatizaciones de empresas públicas durante la década del noventa y su efecto concreto, el surgimiento de “las privatizadas”. Ergo, si un Gobierno decidiera romper con la década neo liberal debería nacionalizar aquellas empresas nuevamente. En realidad, la palabra es “estatizar”: colocarlas en el patrimonio y bajo el control del Estado Nacional. Sólo así uno puede garantizar que ese capital estará al servicio de los objetivos del gobierno popular (o, simplemente, del Estado) y no ser  un engranaje más  de la globalización, el capital financiero internacional, el imperialismo, etc. Pero el kirchnerismo es original y en vez de arrebatarle las empresas a los usurpadores y recuperarlas para el patrimonio público, ha subsidiado crecientemente al operador privado sin siquiera hacer una auditoría de lo actuado ni poner pautas a futuro. La banana es para los países caribeños un producto de exportación. Si aumenta, lo pagan otros. La banana que supimos conseguir nosotros es de consumo interno y el precio lo pagaremos nosotros. Viveza criolla, modelo K.
¿Se apagará Valderrama ahora que no hay subsidio?
El kirchnersimo es una mezcla altamente inestable y volátil potencialmente explosiva. A partir de aquí, las tendencias centralizadoras se acentuarán debido a la necesidad de contar con un núcleo propio frente a la crisis estructural. El carácter estructural de la crisis viene dado no por una contingencia económica, como podría ser un “sinceramiento del modelo”, sino fundamentalmente por el límite constitucional a la reelección unido al estilo de liderazgo extremadamente centralizado del elenco gobernante. Si el primer elemento le pone fecha de vencimiento a su condición de distribuidor de poder, el segundo inhibe la delegación o institucionalización. Por lo tanto, no es de extrañar que se esté hablando de reforma constitucional a brevísimo plazo. El problema es si la lealtad, valor supremo en el peronismo, será lo suficientemente fuerte como para llegar a tal objetivo. La lealtad es función directa de la posibilidad de obtener recursos (políticos, aunque tengan prestación económica como un subsidio o una partida presupuestaria ya que se asignan y se emplean con ese criterio). Pero el kirchnerismo fue muy poco generoso a la hora del armado de listas y tendió  a reforzar cada vez más su núcleo duro: “La Cámpora”, en detrimento de las estructuras sindicales y territoriales del peronismo. Como en todo su recorrido histórico, no confía más que en sí mismo. Ahora, puede recibir un pago igualmente flaco. Porque este cruce de caminos entre restricciones constitucionales y ajuste económico no es el lugar indicado para operar  un disciplinamiento en una formación tan heterogénea como ligada por el lábil vínculo del cálculo político. Cierto es que el oficialismo cuenta con el respaldo electoral de octubre y la carencia de fuerzas organizadas de importancia que lo enfrenten en el terreno estrictamente político. Lo dijimos antes, el kirchnerismo es prácticamente coextensivo del sistema político nacional. ¿Dónde irá a parar la bronca? A la fecha no hay polo alternativo al oficialismo pero hay juego de alfiles: Moyano y Micheli (ATE - CTA) ya  repasan las diagonales que, tácticamente,  los unen. Pero es difícil que desde dentro de la élite política surja un polo alternativo capaz de reconstruir la legitimidad del sistema. Maquiavelo sostenía que la política consiste en hacer creer al otro. El déficit de la élite es, precisamente, de credibilidad. Hace falta un nuevo programa que reemplace al “relato” que opera desde 1983 y sólo puede ser aportado desde actores que hoy carecen de peso en la toma de decisiones. La coyuntura económica no hará más que exponer las miserias de una élite cuya incapacidad es percibida por el ciudadano desde hace mucho. Es el fin de una era.
Por eso, nos devoran los de ajuera
Las palabras del Primer Ministro británico, David Cameron, son llamativamente desviadas de la verdad histórica universalmente reconocida como para ser tomadas en el contexto de ese relato compartido por la abrumadora mayoría de la Humanidad. La condición de potencia colonial de Gran Bretaña ha sido puesta de relieve por la Asamblea de Naciones Unidas varias veces y en el caso de Malvinas, desde 1965 lo ha considerado así. Por lo tanto, uno debe pensar en que se trata de la preparación de una futura maniobra. Las Malvinas ya tienen una bandera propia  y no es un secreto que desde la propia Gran Bretaña se intenta “independizar” a la colonia. Si Malvinas fuera un Estado independiente, aun dentro de la Commonwealth, la comunidad británica de naciones, tendría sentido el extraño discurso de Cameron pues Argentina estaría intentando destruir la independencia de un pequeño Estado (por ahora) insular.
Igualmente llamativa es la posición del Gobierno Argentino: no hay ninguna novedad en cuanto a la “militarización”. Desde luego, en treinta años las unidades aéreas y navales o el equipo de las terrestres ha mejorado y crecido en capacidad por el sólo hecho de ser unidades más modernas. No ha ocurrido lo mismo del lado argentino: ambos nos mantenemos en los términos de los acuerdos de Madrid de 1990. Tanto de los públicos, tendientes a evitar incidentes a través del aviso de los movimientos de unidades militares hacia lo que fuera el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur durante la Guerra – reconociendo a Gran Bretaña como estado ribereño del Atlántico Sur – como los secretos que imponían al país el desarme actual.  El Gobierno Nacional ha decidido no denunciar ese acuerdo ilegal e inconstitucional de la diplomacia secreta sino aumentar el abismo entre civiles y militares anunciando la desclasificación del Informe Rattenbach con la clara intención de desprestigiar al sector castrense frente a la sociedad.  Resulta raro, entonces, que el Ministro Puricelli advierta a los británicos con el uso de la fuerza si se proyectaren al Continente. Resta saber qué medios fundamentan la advertencia del Ministro cuando los Mirage – de 50 años de antigüedad – no pueden despegar dado que por su vetustez no se consiguen repuestos…  y este no es más que un ejemplo. Si el kirchnerismo se encuentra en una etapa terminal, no deja de ser notable que utilice el mismo tema que el Proceso cuando se encontró en igual situación para buscar un renacimiento.
El caso vuelve a mostrar la unidad decadente de la élite: frente a la actitud del Gobierno recién descripta la oposición (social, ya que la otra no existe) se solidariza con los kelpers y prácticamente repudia la “dureza” de la postura argentina. Lamentable… Sea por uno u otro lado, Argentina sufre las consecuencias de una élite patética. Una demostración palmaria de la necesidad de un recambio que no puede postergarse.
Fin de cuentas
Todo parece mostrar, patetismo mediante, el fin de una época. El grupo oficialista tratará de retrasar los tiempos lo más posible mientras que la oposición hará cálculos como los que unieron a Alfonsín con De Narváez: olvidan que en política como en hematología los glóbulos que se suman deben ser compatibles con la sangre del anémico que se transfunde. De lo contrario, se infecta la sangre. El proceso político argentino necesita contenidos nuevos, un nuevo programa sustantivo y nuevos actores que los sustenten. Una nueva élite que problematice la realidad y busque soluciones nuevas a problemas que por más viejos que sean, no se han planteado más que con la perversidad de no pretender resolverlos. Sólo así el proceso político saldrá de la lucha facciosa, de las muertes evitables de pibes utilizados como carne de cañón por la izquierda radicalizada o de usuarios de servicios públicos víctimas del lado oscuro del “relato”, el lado silenciado por los ocupantes del poder político (oficialismo y oposición parlamentaria), el empresariado, los intelectuales, los comunicadores... Por una élite que adoptó el lema de un lugar para cada cosa (izquierda, derecha, oficialismo, oposición) y cada cosa en su (facciosamente inocuo) lugar. Una élite que en treinta años de democracia no recuperó para el pueblo argentino el manejo del Estado, hecho comprobable en que las bayonetas todavía apuntan hacia adentro para garantizar el despojo – sea de recursos naturales o del producto del trabajo nacional; en la falta de un proyecto de desarrollo que aproveche la dotación de recursos humanos, naturales y de capital de la argentina. Es una élite que no puede poner de pie a la Nación porque no la representa. Representa el vaciamiento económico de Martínez de Hoz y la derrota de Malvinas ante los mandantes del Viejo Joe. Mejor que invocar el Plan Revolucionario de Operaciones de Moreno es tomarlo en serio. Como al informe Rattenbach. Mejor que decir, es hacer. Mientras, seguiremos pagando el precio de la banana para consumo interno.