Entre la Hegemonía y el Abismo
Así podría describirse la situación actual de la coalición gobernante y del sistema político argentino. Mientras el desempeño electoral del oficialismo en la próxima elección promete ser abrumador, se abre para el futuro inmediato un horizonte de crisis de su estructura de poder
Heterogeneidad y confrontación
Hasta aquí la estrategia del kirchnerismo conjugó un discurso radical con un sistema de alianzas mucho más variado. Si bien confrontó con los sectores establecidos en el campo político, económico y aún institucional, su construcción política fue más heterogénea. Logró alinear a los jefes territoriales del Conurbano Bonaerense a la vez que incorporó a varios de los nuevos actores que emergían de la crisis: los movimientos piqueteros, sumándolos al Gobierno y dándoles acceso a recursos del Estado en la forma de “planes sociales” (una forma de seguro social distribuido por el Estado a través de distintas organizaciones) y encolumnó también a los organismos de derechos humanos. Con audacia en la ejecución y realismo en los objetivos, logró un equilibrio entre sectores disímiles. En el campo sindical trazó una alianza con la conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT) pero mantuvo abierta la comunicación con un sector de la central alternativa, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).
Cambiar para seguir: a grandes urgencias, enormes riesgos
El estilo político del kirchnerismo ha tendido siempre a la centralización. Puede pensarse que su proyecto inicial preveía una serie de pasos que se van cumpliendo: el primer paso fue hacerse un lugar en el espacio nacional ganando autonomía con respecto a su mentor, Eduardo Duhalde y disciplinar/alinear a los jefes territoriales y sindicales; esterilizar política y electoralmente a la oposición y, finalmente, sintetizar la hegemonía resultante en una organización política nueva y perfectamente alineada detrás de las figuras de Néstor y Cristina. Los primeros pasos han sido dados con éxito. De no haber ocurrido la muerte de Néstor Kirchner, no existiría presión estructural sobre los tiempos. Cualquier discusión sobre la conducción del proceso y el Estado quedaría, al menos, a un lustro de distancia. Pero hoy no es así. La continuidad está amenazada por el límite constitucional de una sola reelección y la consecuente imposibilidad de la Presidenta de renovar su status de jefatura en 2015. Ante este escenario, se presentan varias alternativas.
· Desistir de la reelección capitalizando los logros de gestión para una nueva etapa a partir de 2015. Teniendo en cuenta las dificultades de agenda del próximo gobierno y la desarticulación de las fuerzas políticas en su conjunto esta sería una opción razonable. En caso de crisis existiría un recambio posible y rápido capaz de reconstruir la legitimidad del poder. Pero no se condice con el estilo político del kirchnersimo y hasta el slogan que repiten los militantes del oficialismo: “Nunca menos”, parece descartar toda posibilidad de volver al llano.
· Buscar una reforma constitucional que habilite nuevos períodos presidenciales. En caso de una victoria en la elección de medio término de 2013, podría pensarse en una elección constituyente en 2014 y para el año siguiente tener habilitada la continuidad. Más allá de requerir el beneplácito de los jefes territoriales y del sindicalismo, esta opción presenta problemas de agenda importantes: en primer término, las medidas poco dulces que se perciben en el horizonte inmediato y en segundo la simultaneidad de estas medidas con la instalación de la necesidad de la reforma. Una caída en los niveles de popularidad de la Presidenta no sería el mejor marco para plantear una nueva reelección, particularmente teniendo en cuenta la necesaria negociación con los Jefes territoriales y sindicales que podrían retacear el apoyo.
· Generar una fuerza propia homogéneamente alineada con la Jefa de Estado. Si esta fuerza se consolidara antes de las elecciones de 2013 podría facilitar, luego de un buen resultado en las aquellas elecciones, el tránsito hacia una reforma constitucional o permitir el ascenso de una figura perfectamente afín. Esta figura podría ser el hijo de la pareja Kirchner: Máximo, creador y referente de una agrupación política -“La Cámpora” – que ya ha provisto de cuadros al Gobierno Nacional. Esta es la más peligrosa para el sistema político.
Algunos de los pasos que ha tomado el oficialismo en los últimos tiempos parecen marcar el camino de esta tercera opción. Como las llamadas “listas colectoras”, que implican una lista electoral paralela a la del Frente para la Victoria (la lista que el oficialismo comparte con los jefes territoriales) de carácter homogéneamente kirchnerista. O el creciente distanciamiento de la CGT y de su Secretario General, Hugo Moyano, que incluye el encarcelamiento de varios dirigentes sindicales. Esta fuerza política incluiría a dirigentes políticos y sociales muy cercanos a las políticas “progresistas” del Gobierno, como Martín Sabatella o el cuestionado Secretario de la central obrera alternativa, la CTA, Hugo Yasky. La mera existencia de esta fuerza implicaría el replanteo de todo el arco socio – político. La característica central sería la desaparición de toda referencia intermedia y la ligazón directa con el centro distribuidor de poder.
Futuro incierto
Pero, como dijimos, es una apuesta peligrosa. Tan riesgosa como apostarlo todo en una carrera de resultado incierto. La instalación política de esta fuerza debe hacerse en tiempo récord y siempre antes de que se produzca el desgajamiento de la coalición actual. Para peor, su eventual consolidación aumentaría naturalmente la tendencia al desbande. Un desbande con fuerte carga de resentimiento. El impacto de esta carrera sobre el sistema político se ve multiplicado por la carencia de fuerzas políticas alternativas de relevancia. El conjunto opositor está totalmente desarticulado y, de consolidarse el resultado de las primarias, carece de representatividad. Aun con sus elementos más importantes adosados con el inestable pegamento del oportunismo, el Frente para la Victoria es la única fuerza política organizada de peso. La agenda por venir no ayuda: el pronóstico indica fin de las buenas épocas con un frente inflacionario que obligará a bajar la demanda agregada. Argentina mantiene subsidios que han llegado a miles de millones de dólares con el objeto de mantener los precios de los servicios públicos sin aumentos. Esto representa varios puntos del PBI. Su retiro impactaría sobretodo en sectores medios y altos, los menos afectos al Gobierno. Los sectores medios han perdido su encuadre político tradicional, la UCR, y ninguna de las opciones partidarias ha reemplazado al centenario partido en esa función con cierta estabilidad. Los sectores altos, tienen sus propias formas de presión ante la debilidad del poder político a través, por ejemplo, de los mercados o la prensa privada. El sistema político parece caminar entre la hegemonía y el abismo porque el armado político electoral que prepara el gobierno es de un voluntarismo y ceguera tal que puede compararse a querer parar un edificio de varios pisos sobre un escarbadientes. Un caso paradigmático es el del candidato a vicegobernador por la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto. Ese puesto en 2007 correspondió a Alberto Ballestrini, importantísimo jefe territorial de La Matanza, en el Conurbano bonaerense. No hay mediación: ahora la relación de dependencia es directa y un hombre del riñón presidencial sin poder territorial se hará cargo de la candidatura. Su mayor mérito fue el de ser el autor de la Ley de Medios, piedra angular del conflicto con el conjunto de multimedios y Clarín, el mayor grupo del sector, en particular. En cuanto al sistema político, se prevé que ninguna fuerza alcance a quedar, siquiera, a 30 puntos del oficialismo. Una hegemonía plena.
A falta de otro…
Según Ernesto Laclau, el populismo se construye a partir de la diferencia con el “otro”. Hay un actor hegemónico y frente a él y contra él se construye la identidad del “pueblo”. Pero qué pasa, entonces, cuando ya no hay otro, cuando el antiguo régimen ha quedado a 30 puntos detrás del nuevo paradigma popular. Pues uno esperaría que el heterogéneo conjunto empiece a crujir… No existiendo oposición, es probable que los políticos profesionales del conjunto vencedor comiencen a posicionarse para la era post – K. Y que la diferenciación comience desde adentro hacia afuera, desintegrando la articulación de poder oficial. Tanto más cuanto que no se avizora gran generosidad con las organizaciones tradicionales del peronismo. Lejos de ello, como dijimos, el poder central recela de sus antiguos aliados y los desplaza de los espacios institucionales de poder. Sin embargo, estas organizaciones tienen poder de calle pero no necesariamente son capaces de contener el sistema o de darle legitimidad. El panorama provincial presenta, en distritos como Santa Fe, Córdoba o Ciudad de Buenos Aires, un panorama similar dominado por los oficialismos sin congruencia ni conexión orgánica con la realidad nacional. Esta realidad muestra dos caras de la crisis del sistema político: por una parte, la profundidad de su disgregación que penetra el agregado nacional alcanzando los sistemas provinciales; por otra, que la falta de alternativas se repite a nivel provincial. Ningún jefe provincial pudo nacionalizar su liderazgo. Las capacidades de la oposición son meramente frondistas. Por otro lado, la declamada “nueva política” constituida por las “organizaciones sociales” y otros actores colectivos e individuales “progresistas” ha demostrado en las primarias su escaso alcance electoral. Los dirigentes en cuestión resultan, en realidad, segundas y terceras líneas recicladas de la política tradicional que saltearon varias filas hacia el primer lugar a partir de la debacle sistémica de 2001/2 y de ninguna manera podrán sobrevivir a una crisis del poder central. Su arma, como el de sus eventuales adversarios, es la capacidad de movilización callejera. Y en esto reside la médula del problema socio – político argentino. Existe una enorme capacidad de impugnación a partir de la movilización de masas empobrecidas y cuya única esperanza económica y aún social consiste en el alineamiento con algún aparato político, cualquiera sea. No es verdad que exista una “masa esclarecida” o cosa por el estilo. En definitiva, es la Argentina del siglo XX con sus esquemas de participación la que está en crisis. El único actor libre, es decir, que no ha sido encuadrado por las organizaciones políticas y que tampoco forma parte de la élite económica de poder, lo constituyen los sectores medios. Como en 1943 ocurría con el migrante interno, hoy quien sepa interpretar a este sector tendrá la llave de un futuro no tan lejano. Y como en aquél entonces, lo más probable es que la puerta se abra “desde arriba” ya que estos estratos carecen de organicidad: tal organización podría provenir de un “gesto de orden” desde la cima del Estado, tal como en el peronismo originario. Un gesto de orden que se traduzca en dar organicidad a lo existente de manera de permitir la gobernabilidad del sistema pero de ninguna manera un gesto de carácter represivo o reaccionario. Pero por ahora, después de la hegemonía sólo se ve el abismo